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El rey de Creta Minos colonizó muchas islas del mar Egeo, creando una próspera civilización. Pero la desgracia se cernió sin remedio sobre su familia.
Poseidón (Dios de los mares) le envió un toro blanco para que fuera sacrificado en su nombre, pero Minos se negó a hacer tal sacrificio. Poseidón, encolerizado, hizo que la mujer de Minos, Pasifae, se enamrara del toro, y de tal monstruosa unión nació el Minotauro, un ser mitad humano y mitad toro; era además singularmente violento y habitaba en un laberinto especilmente construido para él. Por aquella época, Atenas tenía que pagar un tributo cruel al rey Minos: cada año debían de enviar siete muchachos y siete doncellas que servirían de alimento al terrible Minotauro, pues nadie era capaz de entrar en el laberinto y matar al monstruo, ni mucho menos de encontar luego la salida. Pero Teseo, hijo de Egeo, se hartó de la situación y decidió ir él. Su padre, el rey Egeo, le suplicó que cambiara de idea. Pero fue inútil. Así que le pidió que hiciera una cosa: si conseguía la victoria tenía que poner las velas del barco blancas y si fallaba las pondría negras. Así Teseo se fue a Creta.
Allí conoció a Ariadna, hija del rey Minos, de la que se enamoró.
Ariadna no quería perder a su amado, le entregó un ovillo de lana para que fuera soltando el hilo y así marcar el camino.
Teseo ató un trozo de hilo a la salida y entró al laberinto, encontró al Minotauro y lo mató. Salió del laberinto y se fue con Ariadna a Atenas.
Era tanta su felicidad que se olvidó de la promesa que lehizo a su padre. Egeo vio las velas negras y pensando que su hijo había muerto se tiró por el acantilado. Por eso desde entonces, se le llama Mar Egeo.